- Aunque despotrique del canje de cromos, a Díaz no le queda otra que negociar con la Junta y las Alcaldías sobre la mesa.
- La clave andaluza de los pactos residirá en si Díaz le da a Podemos la Alcaldía de Cádiz para desplumar al PP
Conclusión. . Como «en lo peor no hay final», pudiera ser
que, en vez de vivir tiempos interesantes, éstos diluviaran, agravando el
castigo que reciben quienes no se interesan por la política de tener que ser
regidos por quienes sí lo hacen.
¡Bienvenidos a
tiempos interesantes!
EN EL fértil anecdotario hagiográfico de Mao Zedong, figura
una audiencia a jóvenes comunistas latinoamericanos. Al mostrarse impresionados
por lo visto -aterrizaron la víspera-, el Gran Timonel quiso averiguar cuánto
se quedarían. Al oírles que regresaban al día siguiente, se lamentó: «¿Tan
pronto? A eso lo llamamos contemplar las flores desde un caballo al trote.
Espero que regresen para mirarlas apeados del caballo. Hay gran diferencia».
Ese sentido del tiempo llevó a su ministro de Exteriores, Zhouen-Lai, a
replicarle al presidente Giscard que era pronto para enjuiciar la Revolución
Francesa.
Sin
llegar a ese grado de parsimonia, no cabe duda de que hay que ser prudentes y
rehuir tesis categóricas sobre las elecciones administrativas del domingo, pese
a ser palmaria la conmoción. En esa cruce de caminos entre la
incertidumbre y la desconfianza, el dilema
estriba en elucidar si el advenimiento de estos «tiempos interesantes»
aventuran plácemes que hagan vitorear «¡Bienvenidos a tiempos interesantes!»,
como el ensayo del filósofo neocomunista esloveno Slavoj iek sobre su
experiencia en Bolivia, o traduce la popular maldición china: «¡Que vivas
tiempos interesantes!», redondeada con aquella otra de «Ojalá se cumplan todos
tus deseos».
Es verdad que, secundando a Einstein, la crisis es fuente de
oportunidades, si bien exige una serie de requisitos que hagan que los «tiempos
interesantes» resulten, además, benéficos. Todo cambio -palabra talismán- no es
indefectiblemente bueno ni el progreso es constante ni eterno. Por eso, conviene estar alerta cuando esa
autoproclamada nueva política, lo que no deja de ser la antigua con otro nombre,
es dispensada por quienes no aspiran a hacer
realidad esa Utopía de un hombre que está cansado, de Borges, por la que
«los políticos tuvieron
que buscar oficios honestos», sino la quimera de los despotismos totalitarios.
Aunque despotrique
del canje de cromos, a Díaz no le queda otra que negociar con la Junta y las
Alcaldías sobre la mesa
Un clarividente Revel ya anticipó que la caída del Muro de
Berlín y el desplome soviético reintegraron al comunismo una condición
primitiva de utopía que, sepultados sus crímenes y miserias bajo los cascajos,
le valió salir bien parado de sí mismo y alumbrar grupos fingidamente
virginales como Podemos. Ese renacer evoca el derrumbe del Campanile en 1902,
cuando aterrizó con sus 96 metros a las puertas de San Marcos y como, entre
cascotes, emergió intacta la Marangona, la campana que avisó durante siglos al
veneciano de sus deberes. Lo hizo junto con seis camisas en perfecto estado que
la mujer del conservador planchó el día antes, las cuales vestirían otros
tantos invitados a festejar en 1912 su restauración «como era y donde estaba».
En esa encrucijada,
una alianza del PSOE y
Podemos marcaría el devenir político. A diferencia de su pretérita
avenencia con el PCE e IU, bajo el lema de «Juntos podemos», la reencarnación de aquellas
marcas comunistas bajo el cuño de Podemos propiciaría el sorpasso al PSOE.
¡Que se lo pregunten al PASOC, del que no quedan ni las raspas! Esa estrategia de galopar sobre ese tigre, tras negarlo en
campaña, con el fin de asestar un zarpazo mortal al PP, aprovechando su
batacazo, fagocitaría al PSOE y daría lugar a
que los comicios generales deriven en un mano a mano entre Rajoy e Iglesias, con PSOE y Ciudadanos como testigos de la situación.
Si Podemos toma las Alcaldías de
Madrid y Barcelona, con su simbolismo en el memorial
republicano, la
clave andaluza de los pactos residirá en saber si Díaz le entrega, en paralelo,
la Intendencia de Cádiz para desplumar al PP de consistorios, principalmente
Sevilla. Al parecer, el PSOE no
escarmienta en la cabeza del PSC de los desastres que acarrean apaños como el
del Pacto del Tinell de exclusión del PP, por no remontarse al frentismo
guerracivilista que hundió a la II República y encizañó España.
Ese escenario, fiado a que «cuanto peor, mejor» obre un
efecto rebote en su favor, tampoco es bueno para el PP. No sería la primera vez que la gente, en el brete de «o yo o
el caos», elige la segunda opción, como
sufrió De Gaulle. Dado que Rajoy carece del carisma del estadista galo,
arriesga asumir el ingrato rol de Miguel Maura en el acabose de la Monarquía
alfonsina.
La clave andaluza de los pactos residirá en
si Díaz le da a Podemos la Alcaldía de Cádiz para desplumar al PP
Pese al leñazo del PP, el PSOE no debiera olvidar que ha
cosechado los peores resultados de su historia. Si en Andalucía ha salido mejor
librado -159.000 votos más que el PP, pero 11.000 menos que en 2011 y 95.000
menos desde las andaluzas de marzo- es porque Podemos no ha concurrido en
muchos lugares y lo ha hecho con tan variopintos nombres que ha liado al
votante. Este inconveniente se esfumará en las generales con listas
provinciales y distintivo único.
Por más que despotrique
del canje de cromos, a Díaz no le queda otra que arremangarse en una
negociación con la Junta y las Alcaldías sobre la mesa. Como dos negaciones afirman, cuando aspavienta
que no está por cambalaches, en verdad, apunta a que está dispuesta a lo que
menester fuera.
Al encarnar el espíritu de la
contradicción, está claro que impugnará cualquier designio de Sánchez, yendo en
dirección contraria. Cúmplense las palabras del apóstol Santiago: «Donde hay celos y espíritu de
contradicción, allí hay desorden». Al ser tornadiza como la donna
mobile de Rigoletto, imposibilita darle la razón pudiéndola tener. Para cada
escenario tiene un principio diferente, el socaire de Groucho Marx: «Éstos son mis
principios. Si no le gustan, tengo otros».
Oyéndola discursear ayer en el comité federal, apostando por la centralidad del PSOE y
por evitar demarrages que lo radicalicen a golpe de pedal de Podemos,
cualquiera
diría que, en pro de su espinosa
investidura, la presidenta en funciones experimenta una conversión tan radical como
la de Saulo camino del Damasco. Apeada pareciera del caballo de la arrogancia al que se
subió la noche del 22 de marzo, habría puesto pie en la realidad. Empero, dado
que sus conversiones acostumbran a ser perecederas como flores de azahar, no
hay que descartar que, al primer golpe de viento, gire como una veleta. Si
Cervantes recelaba del toro por delante, de la mula por detrás, del fraile por
todos lados, del político en toda época y lugar, ¿qué decir de una persona tan poco de fiar para propios y extraños?
Si en septiembre se desmarcó del
alegato del secretario general en su primer comité federal contra Podemos y los
populismos, ahora que éste trata de reforzarse acaparando poder con aquellos a
los que repudió, Díaz esgrime, con todo el sentido, que el PSOE no puede «ni
ser escudo frente a nadie, ni pasarela para otros». Pero, mujer de todas las estaciones, donde dice digo un día,
dirá Diego al siguiente. Tras defender
semanas el apoyo a la lista más votada, en horas veinticuatro, auspició
mayorías de izquierdas donde el PSOE no sea el escogido, como en 2012 cuando
Arenas venció a Griñán, sin que ahora quede claro por qué lado de la moneda
apuesta. ¿No es más lógico dejar gobernar al más votado y firmar acuerdos de
gobernabilidad para que los asuntos públicos no queden mangas por hombro?
Mejor iría este país
si esa cultura de pactos de la que alardean tiros y troyanos girara a favor de
compromisos en cosas fundamentales, en vez de forjarse a la contra. Nada que ver con democracias maduras en
las que se apela primero a la convicción y, si falla, se explora la
transacción. Así, un laborista y un conservador ingleses convendrán cualquier
materia salvo -valga la broma- si se debe echar primero el té que la leche o
viceversa. La política es negociar hasta
la extenuación, si no se quiere que la inestabilidad haga ingobernables las
instituciones. Como
«en lo peor no hay final», pudiera ser que, en vez de vivir tiempos interesantes,
éstos diluviaran, agravando el castigo que reciben quienes no se interesan por
la política de tener que ser regidos por quienes sí lo hacen.
francisco.rosell@elmundo.es
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