El asunto, si se reflexiona un poco, la verdad, apesta.
.......Claro que frente a esto sólo cabe una hipótesis alternativa y perversa: el tinglado de la farsa fue montado precisamente para este fin. Ellos sabrán. La realidad es que la ciudadanía –creo- empieza a ver a Chaves y a Griñan como las futuras “infantas de Andalucía”.
“La imparcialidad es esencial, tanto que sin juez imparcial no hay Justicia posible. Nuestra Constitución la garantiza. La imparcialidad consiste no tanto en la actuación del juez –que es irrelevante a estos efectos- como en la existencia de determinadas circunstancias –subjetivas u objetivas- que induzcan a pensar que pueda no serlo. Es decir, en la apariencia de imparcialidad. El Tribunal Europeo de Derechos Humanos (TEDH), en sus decisiones sobre los casos “De Cubber” y “Piersack” dejó bien sentado la importancia de las apariencias en esta materia; afirmando que debe abstenerse todo juez del que pueda temerse legítimamente una falta de imparcialidad, pues va en ello la confianza que los tribunales de una sociedad democrática han de inspirar a los justiciables.
Y mucho antes que el TEDH, lo supo la sabiduría romana. César repudió a su esposa sabiéndola inocente de las acusaciones de que era objeto; y preguntado por qué lo hacía entonces, respondió: “Porque estimé que mi mujer ni siquiera debe estar bajo sospecha”, así lo cuenta Plutarco en las “Vidas paralelas””.
Esa es la cuestión clave: la apariencia. No basta con ser, hay que aparentar que se es; como sucedió con la desdichada mujer de César.
Esa es la cuestión clave: la apariencia. No basta con ser, hay que aparentar que se es; como sucedió con la desdichada mujer de César.
LA SOSPECHA ECLIPSA DE NUEVO LA JUSTICIA
Contaba Quevedo que Júpiter
–rey del Olimpo- increpaba a la Fortuna diciéndole: “borracha, tus locuras, tus disparates y
maldades son tales, que persuaden a la gente mortal de que no hay dioses…”.
Sucede que de nuevo ha vuelto a hacer de las suyas. La Fortuna –a despecho de
la Justicia- ha elegido al tribunal que habrá de juzgar a los expresidentes
Chaves y Griñán –y a 24 altos cargos en sus gobiernos- en el caso de los ERE.
También –con escarnio ya de la Justicia- ha decidido que la sentencia que haya
de dictarse en su día sea redactada por quien durante 8 años fue altísimo cargo
de la Junta gracias a los dos principales acusados, que le nombraron. ¡¡Qué
razón tenía el dios, faltaría más!!
El asunto, si se reflexiona un
poco, la verdad, apesta. Nos dijeron (yo lo leí en El Mundo) que la elección
del tribunal se realizó por sorteo a petición de los propios jueces de la
Audiencia, para evitar que la jueza instructora Núñez Bolaños –amiga del
inefable Consejero De Llera y del Psoe- pudiera maniobrar para dirigir el caso
hacia unos determinados jueces de su preferencia.
Es inevitable, entonces,
preguntarse: ¿Sospechaban, pues, los magistrados de la parcialidad de la jueza
instructora? La lógica nos da la respuesta. También los hechos, incluidos los
de ella.
¿Qué temor albergaban los
magistrados? ¿Qué tribunal consideraban bajo sospecha del favoritismo de la
jueza y por qué?
O sea, si el raciocinio no
falla, los magistrados de la Audiencia, sospechando de la parcialidad de la
jueza Núñez Bolaños y para evitar posibles maquinaciones por parte de ésta,
decidieron alterar el sistema ordinario de reparto de asuntos y confiarlo al
azar en lugar de a la certeza de lo predeterminado. Y así hemos llegado a donde
estamos: a hacer reales las sospechas que pretendían desvanecer.
Dicho de otro modo, el tribunal y el ponente están ahora
bajo sospecha, porque estando ya bajo sospecha incluso entre los propios
colegas nada efectivo se ha hecho para disiparla (aunque hay que
reconocer el loable intento de éstos, que pone de manifiesto su convicción de
que el juez no sólo ha de ser imparcial sino también parecerlo. Loable, si bien
torpe y cobarde, pues otra cosa debieron plantear si verdaderamente temían que
sucediera lo que ha ocurrido).
Claro que frente a esto sólo
cabe una hipótesis alternativa y perversa: el tinglado de la farsa fue montado
precisamente para este fin. Ellos sabrán. La realidad es que la ciudadanía
–creo- empieza a ver a Chaves y a Griñan como las futuras “infantas de
Andalucía”.
Así pues, el Afortunado juzgará
a quienes lo encumbraron políticamente y a otros con los que otrora compartiera
mesa (y, a veces, mantel) en las reuniones semanales de la
Comisión General de Viceconsejeros –el “Consejillo”, en el argot-.
Pero, a mi juicio, lo más grave es que, precisamente, por su condición de
miembro del “Consejillo” el Afortunado ha tenido participación (aunque ésta
haya sido por la vía de ver, oír y callar –ergo, otorgar-) en numerosos asuntos
relacionados con los hechos que juzgará o que guardan similitud con ellos o,
incluso, que son réplica de éstos. Para quien no lo sepa, las decisiones del
Consejo de Gobierno se someten previamente al escrutinio del “Consejillo”, que
prepara, estudia e informa los asuntos a tratar. Así, por ejemplo, mientras
el Afortunado era secretario general en la Consejería de Justicia (con rango de
viceconsejero) el Consejo de Gobierno –presidido por Manuel Chaves- otorgó a
una empresa representada por su hija Paulita una subvención de más de 10
millones (minolles, si lo prefieren) de euros. El asunto, como es
obligado, debió pasar por el “Consejillo”, y el Afortunado estuvo allí; y si no
estuvo, necesariamente lo conoció, pues debió recibir citación, orden del día,
documentación y actas. Él sabrá qué hizo al respecto; como en tantos otros
asuntos.
Lo que quiero decir es que no
hace falta ser muy escrupuloso ni muy listo para concluir que el Afortunado está,
más que contaminado –subjetiva y objetivamente-, pringado, o sea
que, parafraseando a Conde-Pumpido -magistrado in pectore del Tribunal
Constitucional-, tiene la toga manchada con el polvo del camino.
Sin embargo, el Afortunado se
empecina en mantenerse en el tribunal. Si no la Ley –que él dice tener de su
parte-, la decencia, al menos, debería apartarlo de este caso.
Discúlpenme la autocita, pero
he publicado más de 30 artículos en los que expreso mi opinión sobre la
justicia y sobre aquéllos que, se supone, deben servirla; de modo que es casi
inevitable que lo que pueda decir ahora no sea sino cansina reiteración -lluvia
cayendo sobre un charco- de lo ya escrito. Pues bien, en uno de esos artículos (La sombra de la
sospecha) escribí lo siguiente: “La
imparcialidad es esencial, tanto que sin juez imparcial no hay Justicia
posible. Nuestra Constitución la garantiza. La imparcialidad consiste no tanto
en la actuación del juez –que es irrelevante a estos efectos- como en la
existencia de determinadas circunstancias –subjetivas u
objetivas- que induzcan a pensar que pueda no serlo. Es decir, en la apariencia
de imparcialidad. El Tribunal Europeo de Derechos Humanos (TEDH), en
sus decisiones sobre los casos “De Cubber” y “Piersack” dejó bien sentado la
importancia de las apariencias en esta materia; afirmando que debe abstenerse
todo juez del que pueda temerse legítimamente una falta de imparcialidad, pues
va en ello la confianza que los tribunales de una sociedad democrática han de
inspirar a los justiciables.
Y mucho antes que el TEDH, lo supo la sabiduría romana.
César repudió a su esposa sabiéndola inocente de las acusaciones de que era
objeto; y preguntado por qué lo hacía entonces, respondió: “Porque estimé que
mi mujer ni siquiera debe estar bajo sospecha”, así lo cuenta Plutarco en las
“Vidas paralelas””.
Esa es la cuestión clave: la
apariencia. No basta con ser, hay que aparentar que se es; como sucedió con la
desdichada mujer de César.
Hasta Luis López Guerra, juez de dicho
Tribunal (uno de esos magistrados que ejercen la función jurisdiccional gracias
a su querencia partidista), afirma en un breve ensayo titulado “El sistema
europeo de protección de derechos humanos” que el TEDH ha venido a consagrar no
sólo un derecho a la imparcialidad sino a la apariencia de imparcialidad.
Tome nota, pues, el Afortunado.
Lo dice uno de los suyos.
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