Nunca tantos debieron tanto a tan pocos...
CUANTOS MÁS DATOS se conocen de la trama corrupta de los cursos de formación, más evidente resulta que nuestra salvación depende de los funcionarios. Si no fuera por la juez Alaya, o por los agentes de la UDEF, o por Teodoro Montes -el alto técnico de la Junta que denunció en 2012 las tropelías de los responsables de las ayudas-, el chiringuito seguiría funcionando como si nada. De hecho, su concepción era brillante, como de alta política invertida. Y es que hay una alta política que procura el bienestar general y otra encaminada al bienestar de la casta a costa del bienestar general
Hemos llegado, en fin, a un nivel tal de pestilencia sistémica que se han trastocado los papeles: los funcionarios empeñados en desenmascarar los manejos de la casta se han convertido en nuestros auténticos representantes. Se trata de una peligrosa anomalía democrática, ciertamente. Quizá, como escribió Hölderlin, donde crece el peligro, crece también lo que nos salva.
Funcionarios
JUAN ANTONIO RODRÍGUEZ TOUS
Actualizado: 23/07/2014
08:24
horas
CUANTOS MÁS DATOS se
conocen de la trama corrupta de los cursos de formación, más evidente resulta
que nuestra salvación depende de los funcionarios. Si no fuera por la juez Alaya, o por los agentes de la UDEF,
o por Teodoro Montes -el alto técnico de la Junta que denunció en 2012 las
tropelías de los responsables de las ayudas-, el chiringuito seguiría
funcionando como si nada. De hecho, su
concepción era brillante, como de alta política invertida. Y es que hay una
alta política que procura el bienestar general y otra encaminada al bienestar
de la casta a costa del bienestar general. Alta
política invertida fue, en su momento, concebir un sistema educativo que
desviara una gran parte de la formación profesional a los agentes sociales, que
ya eran parte de la casta. La Formación
Profesional heredada de la dictadura era modesta, pero excelente. Aquellos
centros de formación profesional y aquellas escuelas de artes y oficios fueron
liquidados argumentando que carecían de prestigio social, una obscena mentira.
Podrían haber ampliado sus funciones, convirtiéndolos también en centros de
reciclaje laboral para desempleados. Obviamente, no habría sido posible
mangonear los fondos destinados al efecto. La contabilidad de un centro público
de enseñanza es responsabilidad de su secretario y es absolutamente
transparente. Un secretario corrupto no es algo imposible, por supuesto, pero
sí altísimamente improbable. Sus colegas no lo permitirían. Funcionarios.
Tras liquidar el antiguo modelo de formación
profesional, había que concebir un sistema que garantizara el control político
de las actividades formativas y, por ende, de los fondos asociados a ellas. Se entiende,
en este sentido, la creación de la Faffe o la
suscripción de los rimbombantes pactos de «concertación social». Si se hubiera
tratado de fomentar la formación para el empleo en Andalucía, parece evidente
que habríamos ido remontando poco a poco en esas estadísticas que sitúan la
comunidad, año tras año, entre las regiones con más parados de Europa. Que los cursos fueran reiteradamente
inanes, o fantasmales, o inoperantes o de la señorita Pepis no constituía un
grave problema porque no era un problema en absoluto. Se trataba más bien de
otra cosa, más lucrativa que formativa: a cambio del obsceno reparto de
millonadas entre los beneficiarios del sistema, el poder político se aseguraba
esa «paz social» de la que tanto se presumía en público. Algunas migajas, de paso, le caían a los participantes en
estos cursos de mojiganga. Podrían haber sido los primeros en denunciar el mondongo,
pero no sería justo culpabilizarlos en la misma medida que a sus ideadores; más
que cooperantes necesarios, los asistentes a estos cursos han sido meros
figurantes sometidos a la ley de las lentejas.
Hemos llegado, en fin, a
un nivel tal de pestilencia sistémica que se han trastocado los papeles: los
funcionarios empeñados en desenmascarar los manejos de la casta se han
convertido en nuestros auténticos representantes. Se trata de una peligrosa anomalía democrática, ciertamente.
Quizá, como escribió Hölderlin, donde crece el peligro, crece también lo que
nos salva.
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